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10 septiembre 2012

Espera mortal en Hospital Vargas (parte 3)

Drama humano en el hospital Vargas
Desde lo alto del Mausoleo de Bolívar, es posible ver claramente al Hospital Vargas.

Maria, la hija valiente 


Maria es la hija de una paciente de neurocirugía. Ella es una joven firme, y aparentemente inconmovible. Maria me explicó que su mamá ya no camina por el tumor que tiene en la columna. Ella me relató otra vez la historia que me había detallado Freddy: “Cuando no hay anestesia… (Se repite la historia)…” 



¿Y tu con quien estas aquí Maria? Le pregunte… 

Ante esta pregunta, la inconmovible joven dejó ver lo que ocultaba: “Sola con mi mamá…” Era evidente que había contestado, no la joven mujer valiente que tiene que lidiar con la discapacidad de su amada madre: Había hablado la niñita asustada. 



¿Y tu no estudias Maria?... 

“Por todo esto, tuve que dejar de estudiar, para poder atender a mi mamá… Yo espero a que la operen, para volver a estudia…”

¿Pero todo depende del repuesto de Alemania? Pregunte con ironía... “¡Si!”contestó. 

Tú te ves fuerte, Maria. ¿Como te afecta esto?... “Tu me ves fuerte, pero ¿Qué puedo hacer?...” 

Maria, ¿Que le quisieras decir a la gente?… Y Maria habló así: “Yo quisiera decirle a todos allá afuera, que jamás me imagine en esta situación. Quisiera decirles que nosotros somos seres humanos, y que sufrimos. Que no somos números. Que hoy nos pasa a nosotros esta tragedia, pero mañana podría pasarle a ellos. Yo quisiera decirles a todos que ¡No es justo esto!, que la salud es un derecho de todos, y que hay que tener humanidad.”

Las palabras de Maria me quebraron el espíritu. Efectivamente estas personas no son números estadísticos. Maria tiene sentimientos. Seguramente ella debe recordar mil cosas cada día. No tengo idea de que, pero debe tener hermosos recuerdos con su madre: Un abrazo, un regalo, una muñeca, una sonrisa de su mamá... Cosas de Maria. Pero ahora tiene que ver a su amada madre desvaneciéndose, poco a poco, mientras espera y espera, por la burocracia infame. 

Dejé a Maria en paz con su carga emocional. Y conocí a Richard (otro paciente).

Richard corazón de león 
Richard es un oriental. El tuvo que venir del interior del país a tratarse en el hospital Vargas. Allá dejó rezando por su suerte, a su esposa con un bebe de meses, y a su hija adolescente. En Caracas, Richard esta acompañado solo por su madre. El me explicó que su mamá esta enferma, y que tuvieron que alquilar una habitación (aquí en Caracas) para esperar la operación. Este padre de familia ya no trabaja con causa de la espera mortal. Sin su trabajo, la esposa e hijos de Richard están pasando necesidades, y en el rostro de este padre trabajador se ve la impotencia por no poder ayudar a los seres que más ama en el mundo. 

El sabe que abandonar el hospital no es una salida. Su misión es curarse para ayudar a su familia. Rendirse es abandonar a su familia. Y Richard no abandona sus luchas: Es un guerrero nato. 

Mientras hablaba con Richard, ya todos sabían de mi presencia. Pero (pese a lo que se diga) los venezolanos no somos malvados: Las enfermeras, los reservistas, el personal de limpieza, todos estaban “ciegos”. Todos fingían no verme entrevistar a los pacientes. Yo valoré mucho aquella ceguera colectiva del personal, porque se que que son duramente acosados para que impidan que los pacientes denuncien las desgracias del hospital. Sin nadie que les acose, los miembros del personal del hospital Vargas son solidario y entienden la injusticia que se comete contra estas personas. Por un momento recordé la historia bíblica de "Daniel y los leones". Nadie fue a devorarme por escuchar a los pacientes de neurología: ¡Dios amansó a los leones del Vargas! 

Escuchando a Richard, entendí que los pacientes de neurología, viven una macabra competencia para ver a quien operan primero. Cada uno de ellos tiene un puesto. Fulano es el tercero, Richard es el cuarto, zutana es la quinta. Es como una carrera. Una carrera contra-reloj por la vida misma. 

Richard me mostró como tiene que tener una aguja, permanentemente en su brazo, porque el tumor le causa convulsiones (que casi lo derrotan varias veces). Cuando convulsiona las enfermeras corren a tratarlo vía intravenosa. El me explicó, que cuando convulsiona esta consiente, pero no controla su cuerpo. Su relato era como un puñal en mis oídos. 

Usando mis “poderes de invisibilidad”, pasé con Richard a la sala 8. Allí hay cubículos con camas, cada una de ellas con historias. Vi a un niño-paciente, y a gente en silla de ruedas: Todos ellos esperando que todo el petróleo de Venezuela alcance para reparar “la maquina que tiene un repuesto en Alemania” y las otras tontas excusas. 

Richard me mostró el sitio donde uno de sus compañeros en esta carrera mortal, había perdido la vida: José Romero se llamaba. Tenia 64 años. El paciente había luchado valientemente por aguantar, pero una noche le atacaron convulsiones y el medico de guardia, lo dio todo. Richard me hizo mucho hincapié en como el medico anónimo, había sufrido por no haber podido salvar a su paciente. José Romero no fue el primero. En la espera mortal por una cirugía, 4 personas más habían muerto. 

Mientras Richard hablaba, el cielo escuchaba. Yo sentía que el espíritu de Simón Bolívar, en lo alto de su mega mausoleo, nos miraba y escuchaba dolido. 

Por favor, perdónenme por decirlo, pero "¿Cuánto amor por unos huesos, y tan poco amor por los vivos?"... (Pueden odiar mi franqueza). 

“Hasta hoy hay sopa”, dijo una enfermera con autoridad, interrumpiendo mis reflexiones… “Pero es que nunca hay sopa”, dijo alguien… Yo permanecí en silencio por ser “invisible”. Aparentemente discutían, porque el hospital había dejado de pagarle a una contratista que lleva comida. Sin pago no hay mas sopa.

Mientras hablaba con Richard, encontré en mis manos una publicidad sobre Dios. ¿Esto es tuyo? Pregunte… “¡Si!”... respondió y permaneció en silencio amargo. 

Richard me mostró algo muy personal (En realidad lo mostró para que todos lo comprendamos). Sacó su celular, y me enseñó un mensaje de texto de su hija adolescente. La joven se acaba de graduar de la escuela y quería que su papá estuviera en el acto. Richard no pudo estar. Ella le había escrito unos días antes, prediciendo que él no asistiría a su graduación: “Papi, yo creo que me voy a graduar y usted todavía seguirá esperando allá”… ¿Como explicarles lo terrible que es ver a un padre abatido por el dolor? 

Yo ya no pude más. Tenía que salir de aquel lugar. Aunque tenía que escuchar otras historias, para mí ya era suficiente. 

La huida 
En la puerta de salida de la sala 8, una señora me abordo y me dijo: “Mijo, el otro día vinieron a pedirnos que compráramos unas inyecciones para esterilizar los instrumentos quirúrgicos... ¿Cómo nos van a pedir eso a nosotros?...” Otra persona me dijo… “No se le olvide decir…” 

Yo me retire con una gran carga: Ayudar. Una carga que los periodistas de este país no parecen haber asumido en este caso. El director del hospital, tampoco parece tener el poder para resolver la situación. Mientras “huía” de esta realidad, yo buscaba culpables. Pero entendía que no importan los culpables ahora, sino que aparezcan el bendito "repuesto alemán", la anestesia, el anestesista, las camas, los insumos, etc. 

Pasé junto a la estatua de Vargas, y me pareció que lloraba. Cruce el rejero de la entrada del hospital, y el reservista me dijo: “Hasta luego pana…” 

Pasé frente a la estatua del santo en plaza frente al hospital, y sentí que me estaba iluminado la mente para escribir. ¿Quien es ese santo? 

Pasé frente a la carpa de guerra, y esta vez si mire que había dentro. Fue triste lo que vi. Pero prometí no contarlo. ¡Vayan ustedes y véanlo con sus propios ojos! 

Pasé las últimas rejas de la cárcel de Vargas, y camine con mi carga emocional hacia el nuevo mega mausoleo del Libertador. En todo el camino, Simón Bolívar, el Libertador de la patria, me debe haber seguido con la mirada. Al llegar al pie del mausoleo. Volví a levantar la cabeza a lo alto… Y lo vi claramente. 


En lo alto de su mausoleo, el Libertador llora avergonzado por la tragedia de los pacientes del Vargas. 

Estoy seguro que Bolívar ofrecería todo el oro de su sarcófago, para comprar una maquina nueva en Alemania. 

Les pido a los pacientes que me perdonen, por olvidar omitir detalles.

El majestuoso mausoleo de Bolívar, al lado del abandonado Hospital Vargas


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