"La política no es ni mala, ni buena, malos o buenos son los que la hacen…"
Venezuela es un país con arraigada tradición democrática, pero en las últimas décadas, el fenómeno de antipolítica como desmotivador de la participación ciudadana, ha causado estragos a su democracia. Según el “decálogo” de la antipolítica venezolana, la gente buena no debe participar actividades políticas, porque “todo lo que tiene que ver con política es malo”, “todos los políticos son gente mentirosa o malvada”, y “convertirse en un político es una de las cosas más censurables que le puede ocurrir a una persona”.
Para colmo, la antipolítica venezolana define a cualquier forma de participación ciudadana como “peligrosamente” política, así que si usted pretendiera ayudar a su propia comunidad a realizar cambios que beneficien a todos, estaría incurriendo en “politiquería”. Expuesto en estas palabras, el discurso de la antipolítica suena evidente absurdo, puesto que todos sabemos que la participación es el aliento que le da vida a la democracia, pero lamentablemente, nuestra baja participación ciudadana en los espacios políticos, es una cruda realidad.
Sin participación no puede existir una democracia. Una baja participación ciudadana en las actividades políticas, imposibilita un proceso idóneo de renovación del liderazgo político, y en una secuencia natural de las cosas, el ciudadano común termina por cansarse de tener a los mismos líderes, y la democracia termina por debilitarse, asfixiada por la falta de aires de cambio.
Si la mayoría de la gente buena, con nobles ideales, se abstiene de ocupar los espacios de participación política para no ser catalogado de “político”, desgradaciadamente la gente mala no tiene esa preocupación. De manera que, cuando la gente buena abandonó los espacios de participación política, lógicamente una corte de ineficientes aprovechó para perpetuarse como los eternos líderes tradicionales, y terminaron por consolidar en la mente del venezolano la idea antipolítica de que “todos los políticos son malos”.
Los venezolanos generalmente consideramos a nuestros políticos “una legión de monos con hojillas que están despedazando al país”… Pero cabe preguntase, ¿Quien le dio las hojillas a estos animales?, o ¿Por que no asumimos con valor, la tarea de sustituirlos por gente buena?... Aunque hemos sido nosotros mismos, quienes elegimos a esos monos y les repartimos las hojillas, insistimos en culpar de nuestra desgracia a esos animales. Y cuando de asumir valerosamente nuestra responsabilidad de sustituirlo se trata, llegamos al colmo de preguntarnos ¿Quién va a sustituir a esos políticos?, pues la antipolítica convenientemente nos ha convencido que no estamos preparados para esas responsabilidades... De manera que al final la antipolítica se convierte en la mejor aliada de lo que supuestamente critica: los malos políticos. Es decir, la gente inescrupulosa que hace mala a la política.
En este marco de ideas, quienes soñamos con un nuevo tiempo para todos sin exclusiones sociales o políticas, debemos comprender que el fenómeno populista que nos gobierna, es consecuencia de un sistema democrático asfixiado, que supo ofrecerle alternativas de cambio a esa abrumadora mayoría de gente que se cansó del liderazgo tradicional. Y la larga permanencia de este corrupto nuevo sistema en el poder, se debe a que el liderazgo tradicional no ha entendido que el problema fundamental, es que la gente no los quiere a ellos, por más malos que sean los gobernantes actuales. La gente solo cambiara a los malos conocidos por verdaderos nuevos líderes.
Finalmente, el primer paso para cambiar las cosas, no es precisamente destituir a un presidente convencido de ser el macho del barrio, sino “jubilar” a las elites políticas opositoras que se han autodefinido como “las únicas capaces de liderar al país, o con el conocimiento superior para seleccionar a los mejores representantes que necesita el pueblo”. Mientras no recuperemos los espacios de participación para un nuevo liderazgo, notablemente integrado por gente buena y nueva, e inspirada en ideales nobles, definitivamente no podremos reunir la fuerza popular para darle una paliza electoral al guapetón del barrio.
Esto último implica, tener la fortaleza mental para ganar. Y no me refiero a ganar una elección, sino ganar paulatinamente espacios de participación política. Librar con tenacidad la dura batalla de recuperar esas herramientas ciudadanas que llamamos partidos políticos, de manos de experimentados políticos tradicionales que naturalmente se resistirán a ser desplazado por nuestra rebelión de cambio. Es hora de tener la madures para entender que, aunque ese viejo liderazgo nos haga la vida imposible, y nos relegue una y otra vez, debemos levantarnos siempre, porque necesitamos vencer, fortalecernos y aprender a jugar en peculiar juego de la política. Solo así, seremos merecedores de cambiar nuestra realidad, e imponer un nuevo tiempo donde prevalezca esa la política de la razón, que haga realidad el futuro que todos soñamos.
Por mas dura que sea nuestra lucha, debemos decir: ¡Si, nosotros podemos!... ¡El cambio si va!... ¡Aquí estamos y aquí nos quedamos!...
Gladmar Saverio Vivas
Venezuela es un país con arraigada tradición democrática, pero en las últimas décadas, el fenómeno de antipolítica como desmotivador de la participación ciudadana, ha causado estragos a su democracia. Según el “decálogo” de la antipolítica venezolana, la gente buena no debe participar actividades políticas, porque “todo lo que tiene que ver con política es malo”, “todos los políticos son gente mentirosa o malvada”, y “convertirse en un político es una de las cosas más censurables que le puede ocurrir a una persona”.
Para colmo, la antipolítica venezolana define a cualquier forma de participación ciudadana como “peligrosamente” política, así que si usted pretendiera ayudar a su propia comunidad a realizar cambios que beneficien a todos, estaría incurriendo en “politiquería”. Expuesto en estas palabras, el discurso de la antipolítica suena evidente absurdo, puesto que todos sabemos que la participación es el aliento que le da vida a la democracia, pero lamentablemente, nuestra baja participación ciudadana en los espacios políticos, es una cruda realidad.
Sin participación no puede existir una democracia. Una baja participación ciudadana en las actividades políticas, imposibilita un proceso idóneo de renovación del liderazgo político, y en una secuencia natural de las cosas, el ciudadano común termina por cansarse de tener a los mismos líderes, y la democracia termina por debilitarse, asfixiada por la falta de aires de cambio.
Si la mayoría de la gente buena, con nobles ideales, se abstiene de ocupar los espacios de participación política para no ser catalogado de “político”, desgradaciadamente la gente mala no tiene esa preocupación. De manera que, cuando la gente buena abandonó los espacios de participación política, lógicamente una corte de ineficientes aprovechó para perpetuarse como los eternos líderes tradicionales, y terminaron por consolidar en la mente del venezolano la idea antipolítica de que “todos los políticos son malos”.
Los venezolanos generalmente consideramos a nuestros políticos “una legión de monos con hojillas que están despedazando al país”… Pero cabe preguntase, ¿Quien le dio las hojillas a estos animales?, o ¿Por que no asumimos con valor, la tarea de sustituirlos por gente buena?... Aunque hemos sido nosotros mismos, quienes elegimos a esos monos y les repartimos las hojillas, insistimos en culpar de nuestra desgracia a esos animales. Y cuando de asumir valerosamente nuestra responsabilidad de sustituirlo se trata, llegamos al colmo de preguntarnos ¿Quién va a sustituir a esos políticos?, pues la antipolítica convenientemente nos ha convencido que no estamos preparados para esas responsabilidades... De manera que al final la antipolítica se convierte en la mejor aliada de lo que supuestamente critica: los malos políticos. Es decir, la gente inescrupulosa que hace mala a la política.
En este marco de ideas, quienes soñamos con un nuevo tiempo para todos sin exclusiones sociales o políticas, debemos comprender que el fenómeno populista que nos gobierna, es consecuencia de un sistema democrático asfixiado, que supo ofrecerle alternativas de cambio a esa abrumadora mayoría de gente que se cansó del liderazgo tradicional. Y la larga permanencia de este corrupto nuevo sistema en el poder, se debe a que el liderazgo tradicional no ha entendido que el problema fundamental, es que la gente no los quiere a ellos, por más malos que sean los gobernantes actuales. La gente solo cambiara a los malos conocidos por verdaderos nuevos líderes.
Finalmente, el primer paso para cambiar las cosas, no es precisamente destituir a un presidente convencido de ser el macho del barrio, sino “jubilar” a las elites políticas opositoras que se han autodefinido como “las únicas capaces de liderar al país, o con el conocimiento superior para seleccionar a los mejores representantes que necesita el pueblo”. Mientras no recuperemos los espacios de participación para un nuevo liderazgo, notablemente integrado por gente buena y nueva, e inspirada en ideales nobles, definitivamente no podremos reunir la fuerza popular para darle una paliza electoral al guapetón del barrio.
Esto último implica, tener la fortaleza mental para ganar. Y no me refiero a ganar una elección, sino ganar paulatinamente espacios de participación política. Librar con tenacidad la dura batalla de recuperar esas herramientas ciudadanas que llamamos partidos políticos, de manos de experimentados políticos tradicionales que naturalmente se resistirán a ser desplazado por nuestra rebelión de cambio. Es hora de tener la madures para entender que, aunque ese viejo liderazgo nos haga la vida imposible, y nos relegue una y otra vez, debemos levantarnos siempre, porque necesitamos vencer, fortalecernos y aprender a jugar en peculiar juego de la política. Solo así, seremos merecedores de cambiar nuestra realidad, e imponer un nuevo tiempo donde prevalezca esa la política de la razón, que haga realidad el futuro que todos soñamos.
Por mas dura que sea nuestra lucha, debemos decir: ¡Si, nosotros podemos!... ¡El cambio si va!... ¡Aquí estamos y aquí nos quedamos!...
Gladmar Saverio Vivas
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