"Quiero invitarles a que disfruten de este maravilloso artículo "Arqueología de la antipolitíca" de Ysrrael Camero, ilustre y joven historiador que en esta oportunidad nos deleita haciendo un esclarecedor recorrido histórico por el fenómeno de la antipolítica en Venezuela... Demás esta decirles, que mirar el pasado nos da poderosas herramientas para enfrentar con mas eficiencia los retos presentes y futuros... Ya sea de una sola vez o por partes, simplemente no dejen de leerlo cuidadosamente. Y en la medida de lo posible difundirlo."
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Arqueología de la antipolitíca
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Ysrrael Camero

Desconfianzas distintas
Una cosa es la desconfianza, vinculada al temor, sembrada en los sectores pobres, acostumbrados a sentir los rigores de un poder opresivo y dictatorial, cuya relación con la “política” decimonónica se limitaba al adolescente arrancado de la familia para formar parte de otra montonera caudillista, rumbo a otra guerra. La política del siglo XIX se hacía generalmente a caballo, armado, con un caudillo a la cabeza de una montonera. El campesinado de a pie, dígase, la mayoría de la población, era víctima de dichas guerras. De allí proviene un tipo de desconfianza, vinculada al temor, que pronto irá cediendo para impulsar al grueso de la población a participar activamente en la política democrática.
Pero hay también la otra, la desconfianza del hombre de poder, de aquel que ha crecido dentro de las estructuras superiores, que ha ejercido el poder, que ha sido beneficiario directo y tiene una esfera de influencia vinculada a la Venezuela gomecista. En este caso la desconfianza frente a la emergencia de la democracia parte de una particular incertidumbre ante la posible pérdida que implica la aparición de las organizaciones partidistas, sindicales, etc., la movilización de unas masas, que hasta entonces formaban parte del paisaje. Así, el querer ser un actor de poder, el querer hacer política despreciando el oficio político moderno, despreciando a los partidos políticos como instituciones articuladoras, organizadoras, es la raíz de las actitudes antipolíticas y antipartidos. Aquel que quiere hacer política, ejercer el poder, ser político, despreciando el oficio de la política, atacando a los políticos, como oficiantes, y atacando a la institución partidista como tal, no a cual o tal partido.
Detrás de este discurso antipolítico se evidencian diversas actitudes. La de aquellos que se consideran merecedores originarios del poder, sin necesidad de someterse a las complejidades de la política partidista, de los fastidios de la organización, la negociación, la movilización, del encuentro inter pares, etc. Hay quienes consideran que su pertenencia a determinado círculo social, determinada familia o grupo, le otorga automático merecimiento de un cargo de poder. El partido y la política organizada se convierten en obstáculo para alcanzar aquello que creen merecer por una especie de herencia social o cultural.
Hay también otros que no parten de su virtud patricia para reclamar su lugar en el poder, sino que parten del ejercicio de un determinado talento técnico, como una manera de completar una bitácora laboral. Hay una antigua reivindicación elitista, la elite del saber, del conocimiento, el rey filósofo, que también podría considerar las complejidades desconocidas de la vida política organizada como un obstáculo para que la virtud técnica acceda al ejercicio del poder. La supuesta oposición entre técnicos y políticos, entre tecnocracia y democracia, entre gerentes y políticos, es argumento recurrente en este tipo de política antipolítica. Paradójicamente, el discurso militarista se vincula a éste último tipo de antipolítica.

Durante la dictadura militar, que se extendió entre 1948 y 1958, la oposición entre la solución técnica y la política fue un discurso común a la elite gobernante. La creación de un Frente Electoral Independiente, donde no se encontraban políticos, para colocar a funcionarios gubernamentales en una Constituyente que le otorgara legalidad al despotismo militar se estrelló contra la voluntad de los electores el 30 de noviembre de 1952, obligando a los militares a apelar al fraude. Fue una década de discurso tecnocrático militarista contra los partidos, contra los políticos y contra la política.
El gobierno de Marcos Pérez Jiménez se derrumba el 23 de enero de 1958. Los políticos retornan a sus actividades, organizar, proponer, debatir, negociar, movilizar, presionar, aspirar al poder. El conservadurismo elitista militar peleará por la defensa de sus fueros, los intentos de golpes de Estado de Castro León y Moncada Vidal, le recuerdan al liderazgo civil que el camino a la democracia aún tiene que enfrentar difíciles escollos.

La candidatura de Arturo Uslar Pietri en las elecciones presidenciales de 1963 aglutinó a diversos sectores que rechazaban la labor que venían realizando los partidos políticos durante el gobierno de Betancourt. El discurso de Uslar se centraba en sus méritos intelectuales, literarios, en su experiencia política durante el gobierno de Medina Angarita, lo que se convertía en una crítica a la labor histórica de AD, y en el hecho de que no estaba sometido a ninguna parcialidad política partidista, intentando aglutinar un frente nacional. La “Campana” de Uslar Pietri sonó en Caracas y en algunas ciudades, alcanzando poco más del 16% de los votos, con 469 mil sufragios, llegando en tercer lugar, constituyéndose en un importante factor político dentro de la coalición que sostuvo a Leoni hasta 1966. La ruptura de la coalición y el retiro político de Uslar en ese año, tras señalar la imposibilidad de hacer de la política una labor honesta selló el carácter antipolítico de su retórica. La candidatura de Miguel Ángel Burelli Rivas en 1968, a pesar de contar con el respaldo de URD, puede ser interpretada también como una proyección alternativa política a los partidos.

La campaña presidencial de 1978 trajo consigo la aparición del fenómeno mediático de la política venezolana, la candidatura de Renny Ottolina, carismático presentador de la televisión nacional, hombre de la publicidad y de los medios de comunicación de masas, con una influencia en la construcción de la opinión de la clase media venezolana. Su muerte, en un trágico accidente de aviación, alimentó interpretaciones que pretendían hacerlo ver como un peligro para el bipartidismo dominante. Un acercamiento similar podemos tener de la candidatura en el mismo proceso electoral de un joven Diego Arria, famoso por su eficiente labor en la Gobernación de Caracas y en CONAHOTU, pero éste apenas alcanzará menos de un 2% de los sufragios efectivos.
El agotamiento del modelo y el auge de la antipolítica
El agotamiento del modelo económico, evidenciado en el Viernes Negro de febrero 1983, implicó la ralentización del proceso de modernización democrática en Venezuela, contribuyendo a restar progresivamente poder de convencimiento a los partidos políticos.

La creación de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) en 1984 fue la respuesta política a la crisis estructural del sistema, otorgándole un perfil abierto, incorporando personas más allá de los partidos políticos, del mundo cultural, académico, etc., para otorgarle una base de apoyo amplio a las necesarias reformas.

Durante los ochenta se hace de uso común la diferencia entre el ciudadano y el político, entre el dirigente partidista y el miembro de la “sociedad civil”. El movimiento de organización vecinal adquiere un carácter crecientemente antipartidista. Aparece “Queremos Elegir” en su lucha contra el sistema de planchas y listas cerradas, en pos de la individualización de la representación en los cuerpos colegiados, buscando que el sistema transite de proporcional a mayoritario, concibiéndolo como una guerra contra los “cogollos” de los partidos.
Las candidaturas de la Nueva Generación Democrática de Vladimir Gessen y de Olavarría en las presidenciales de 1988 parecían ser expresión de la nueva política, reacia a las organizaciones, a los partidos.
Esta desembocará en el quiebre de los intentos de reforma de Carlos Andrés Pérez. Los saqueos del 27 de febrero de 1989, y la represión gubernamental posterior, debilitará la capacidad de gobierno de Pérez. La ruptura interna de los sectores políticos, sindicales, así como de los empresariales empezaría a resquebrajar un sistema debilitado en medio de un proceso de reformas marcados por la apertura económica y la descentralización política y administrativa. Inmensas campañas de los medios de comunicación contribuirían a debilitar el sistema democrático. Los golpes de Estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992, protagonizados por una logia militar que había conspirado desde 1983, contribuiría a debilitar la capacidad de articulación política de los partidos, mientras el gobierno de Pérez terminaría derrumbándose en mayo de 1993.
La aparición de “Los Notables” fue asimismo una expresión destacada de la retórica antipolítica y antipartidista. El vuelco de Rafael Caldera en 1993 le daría una profunda estocada al partido socialcristiano COPEI, el viejo dirigente socialcristiano llegaría al gobierno con un discurso contrario al status quo del cual había formado parte desde su construcción.
La crisis de 1998: cúspide antipolítica, caída de la democracia

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